Un conocido filósofo francés ya fallecido (Michel Foucault, al que podríamos ubicar entre los más importantes pensadores contemporáneos por sus valiosas aportaciones a las ciencias humanas) realiza en algunas de sus obras referencias a la alquimia, antiguo procedimiento por medio del cual se elaboraban distintas pócimas de uso medicinal y curativo, las que luego eran probadas –al estilo del ensayo y error- en las personas con el fin de intentar aliviar algunos de los dolores humanos.
Hoy en día asistimos a una nueva alquimia, con un poder económico mucho más fuerte que el de aquellos solitarios experimentandores de la antigüedad: la moderna industria farmacéutica.
Al pasar de los viejos experimentadores de la alquimia a los modernos laboratorios, fieles representantes de la industria farmacológica, podemos inferir que se produjo también un cambio de esencia, pasando de la búsqueda de alivio de las dolencias, a una concepción más comercial que dictamina la realidad imperante. Es así que como toda industria, la farmacológica ha tenido una historia más comprensible desde la mirada económica que desde la mirada de la salud.
Podemos comprender de esta manera como en un primer tiempo todas las energías de una industria naciente estaban puestos en la producción, y acercándonos más a nuestro presente, se ha puesto más el foco en la comercialización. Esto significó el planteamiento de nuevos objetivos para esta industria, el más importante de ellos: la ampliación del mercado, encontrando nuevos clientes para los productos por ellos ofrecidos. Es comprensible entonces la estrategia utilizada: el crear medicamentos para la gente sana, un mercado mucho más amplio y poderoso que el sector definido por los enfermos. Para esto han sido diversas las estrategias de marketing utilizadas, siendo la más grosera, el atribuirle a las dolencias propias de la normalidad o del natural paso de los años el ser signos de enfermedad o disfunción que una pastilla podría evitar.
Planteado así el escenario no sería raro que en poco tiempo se considerara al duelo normal -que es un hecho posible en la vida- como algo que se puede evitar mediante la administración de un medicamento.
Lo que aquí estamos describiendo no es una proyección hacia el futuro, sino más bien una cruda descripción de nuestro presente, en donde nos encontramos con ejemplos irrefutables de lo que aquí se esta planteando, como ser: el Viagra, el Prozac, el Rivotril (denominaciones comerciales de diferentes drogas), medicamentos que si bien se puede argumentar que surgieron para aliviar una dolencia o disfunción especifica, el marketing que tuvieron se direccionó a un mercado mucho más amplio que el que representaba este reducido sector.
En este punto también llama la atención como algunos de estos medicamentos son indicados para determinadas dolencias anímicas –llamadas síntomas- en forma casi indiscriminada, más allá de la prescripción específica que debería corresponderle.
Nos preguntamos –parafraseando a Joaquín Sabina-: ¿será que en el futuro se venderán “pastillas para no soñar”?
2 comentarios:
Excelente nota, como siempre. Y esperamos las próximas, seguramente tan buenas como las que ya nos brindaron.
Felicitaciones y un saludo afectuoso.
Olga y Daniel - Esquel
Muy interesante! sería intresante también una nota sobre el por que social por el que los productos blockbusterla industria farmacológica tienen el efecto, comprado por los consumidores, de no sentir (Sabina).
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