Vínculos como círculos concéntricos

Planteamos nuestros vínculos sociales como círculos concéntricos, que pueden incluir a muchas de las personas con las que interactuamos cotidianamente, aquellas a las que vemos en determinadas oportunidades periódicas, ó bien con quienes tenemos encuentros esporádicos. Todos aquellos con quienes nos relacionamos: amigos, compañeros de trabajo, vecinos, colegas, familiares, todos ellos pueden ingresar en alguno de estos círculos. Solemos escuchar a veces en nuestras consultas: “tengo muchos amigos”, cuando en realidad luego de indagar acerca de estos vínculos, vemos que sólo algunos de ellos pueden incluirse dentro de una relación que puede denominarse amistad, y desde la construcción de esos vínculos es que trabajamos en su discernimiento. Por eso creemos que es bueno valorar los vínculos, pero no precisamente por su cantidad; no se trata aquí de una cuestión cuantitativa, sino más bien cualitativa: es la calidad de nuestras relaciones lo que realmente importa. Construimos relaciones, y siempre lo hacemos de a –por lo menos- dos personas. Por eso podemos preguntarnos y a la vez invitarlos a preguntarse: ¿en qué círculo están mis amigos, mis compañeros? ¿Y en cuál estaré yo para ellos? Preguntas que seguramente darán lugar a nuevas y renovadas re-construcciones de nuestros vínculos, como un factor que pueda otorgarle sentido a la vida de cada uno.

Del diálogo a la pelea… ¿puede haber algo diferente en el camino?

Muchos de nuestros consultantes (sobre todo cuando se trata de consultas vinculares, especialmente en pareja) suelen decirnos: “casi no hablamos…lo que pasa es que cuando empezamos a hablar, nos ponemos a discutir…”

¿Es lo mismo “discutir” que “pelear”?
En todo caso ¿qué es lo que pude transformar un diálogo en discusión, y ésta en una pelea? Esto es lo que sucede en las situaciones que la terapia sistémica caracteriza como “escaladas”, donde precisamente cada una de las personas involucradas se mantiene rígidamente en su posición, confrontando con la otra, llevando al comunicación a una situación que se asemeja a un espiral y que pareciera no tener fin.

Este temor a que el dialogo se transforme en discusión, y que ésta a su vez se transforme en pelea, lleva precisamente a que en muchas oportunidades…ni siquiera se dialogue. Y ésta falta de práctica y de ejercicio en el diálogo es uno de los motivos de consulta que en gran medida observamos en la atención de parejas.

Entendemos que la terapia vincular, en su modalidad de terapia de pareja, es precisamente la posibilidad de instaurar un espacio de diálogo y comunicación, en principio mediatizado por un tercero (el terapeuta) y ejercitado en una situación específica, pero que luego debe trasladarse al ámbito de la cotidianeidad de los consultantes, transfiriendo a la vida de todos los días la práctica de un diálogo positivo y superador.

El buen recuerdo

¿Qué podemos hacer cuando se nos complica una situación de duelo?
¿Cómo elaborar esa despedida de un ser querido cuando sabemos –y quizás esto sea lo que más nos duele- que es definitiva?

Proponemos un trabajo psicológico personal y familiar con lo que llamamos “el buen recuerdo”.

¿De qué manera se construye este “buen recuerdo”? Existen varios caminos que nos parece pueden ayudar a alcanzarlo y así contribuir a ese sentimiento de paz interior que se busca en esos momentos.
Cuando podemos transformar esa última imagen del ser querido que ya no está, de una persona muerta a una persona viva en nosotros.
Cuando podemos dejar de lado ese “mal recuerdo” que generalmente rodea a los momentos cercanos a la muerte, y pasar a llevar en nosotros el “buen recuerdo”, que seguramente tendremos de esa persona en vida: alguna imagen, algún momento, alguna situación compartida, que con el tiempo –y el tiempo en estas situaciones es un aliado fundamental- será lo que nos quede y nos acompañe.
Cuando definitivamente ese “buen recuerdo” sea la imagen que nos acompañe, guardando del pasado lo positivo, permitiéndonos vivir el presente y proyectarnos al futuro que cada uno elija con esa compañía en nuestro interior.